EL DIABLO BAILA A LA SOMBRA DE LA LUNA ESCARLATA

A mediados del siglo XIX, en algún lugar del Pirineo…

Los gritos de la parturienta resonaron por toda la mansión durante mucho tiempo. Fue un parto difícil y todo el personal de la casa se afanaba en cumplir las órdenes de la comadrona. Cuando por fin cesaron, el llanto desesperado de la recién nacida ocupó su lugar. La madre, exhausta, apenas pudo abrir los ojos para mirarla cuando la acercaron, pero a pesar que se moría de ganas de acunarla y besarla, no pudo. Se estaba muriendo. Una terrible hemorragia que la comadrona no era capaz de cortar, se le estaba llevando la vida.

– Él siempre se lleva lo que le pertenece – dijo la moribunda hablando en susurros –. Cuida de esta niña, Lucía, y enséñala bien. No dejes que os falle como lo hice yo.
– ¿Cómo quieres que se llame?
– María…

Lucía, con la pequeña María en sus brazos, no dijo nada. Sabía que al no cumplir con su obligación se había condenado sin remedio y no había nada que ella pudiera decirle que la consolara, excepto una cosa.

– Te prometo, mi señora, que cuidaré de esta niña como si fuese mi propia hija, y cumpliré con tus obligaciones hasta que pueda ocupar el lugar que le corresponde por nacimiento. Te lo juro por mi vida.

Satisfecha con este juramento, se relajó y se dejó ir. Ya no tenía que seguir luchando. La pequeña María cumpliría con su destino allí donde ella no había podido. Lucía se encargaría. ¡Maldito amor! ¿Por qué tenía que haberse cruzado en su camino? Miró a los pies de la cama y le vio a él allí, esperándola. Venía a reclamar lo que era suyo.

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Published in: on 16 junio 2010 at 9:22 PM  Deja un comentario  

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