Estudio en escarlata (una aventura de Sherlock Holmes) de Sir Arthur Conan Doyle. Segunda parte.


Mientras hablaba, nos metimos por un camino estrecho y cruzamos una pequeña puerta lateral por la que se entraba en una de las alas del gran hospital. Todo aquello me resultaba familiar, y no necesité que me guiasen cuando subimos por la adusta escalera de piedra y cuando avanzamos por el largo pasillo que ofrecía un panorama de muro enjalbegado y puertas color castaño. Hacia el extremo del pasillo arrancaba de éste un corredor, abovedado y de poca altura, por el que se llegaba al laboratorio de química.
Consistía éste en una sala muy alta, llena por todas partes de botellas alineadas en las paredes y desperdigadas por el suelo. Aquí y allá, anchas mesas de poca altura, erizadas de retortas, tubos de ensayo y pequeñas lámparas Bunsen de llamas azules onduladas. Un solo estudiante había en la habitación, y estaba embebido en su trabajo, inclinado sobre una mesa apartada. Al ruido de nuestros pasos, se volvió a mirar y saltó en pie con una exclamación de placer.
—¡Ya di con ello! ¡Ya di con ello! —gritó a mi acompañante, y vino corriendo hacia nosotros con un tubo de ensayo en la mano—. Descubrí un reactivo que es precipitado por la hemoglobina y nada más que por la hemoglobina.
Los rasgos de su cara no habrían irradiado deleite más grande si hubiese descubierto una mina de oro.
—El doctor Watson; el señor Sherlock Holmes —dijo Stamford, haciendo las presentaciones.

—¿Cómo está usted? —dijo cordialmente, estrechando mi mano con una fuerza que yo habría estado lejos de suponerle—. Por lo que veo, ha estado usted en Afganistán. (más…)

Estudio en escarlata (una aventura de Sherlock Holmes) de Sir Arthur Conan Doyle. Primera parte

Capitulo 1: El señor Sherlock Holmes

El año 1878 me gradué de doctor en Medicina por la Universidad de Londres, y a continuación pasé a Netley con objeto de cumplir el curso que es obligatorio para ser médico cirujano en el Ejército. Una vez realizados esos estudios, fui a su debido tiempo agregado, en calidad de médico cirujano ayudante, al 5.° de Fusileros de Northumberland. Este regimiento se hallaba en aquel entonces de guarnición en la India y, antes que yo pudiera incorporarme al mismo, estalló la segunda guerra del Afganistán. Al desembarcar en Bombay. me enteré de que mi unidad había cruzado los desfiladeros de la frontera y se había adentrado profundamente en el país enemigo. Yo, sin embargo, junto con otros muchos oficiales que se encontraban en situación idéntica a la mía, seguí viaje, logrando llegar sin percances a Candahar, donde encontré a mi regimiento y donde me incorporé en el acto a mi nuevo servicio. Aquella campaña proporcionó honores y ascensos a muchos, pero a mí sólo me acarreó desgracias e infortunios. Fui separado de mi brigada para agregarme a las tropas del Berkshire, con las que me hallaba sirviendo cuando la batalla desdichada de Malwand. Fui herido allí por una bala explosiva que me destrozó el hueso, rozando la arteria, del subclavio. Habría caído en manos de los ghazis asesinos, de no haber sido por el valor y la lealtad de Murray, mi ordenanza, que me atravesó, lo mismo que un bulto, encima de un caballo de los de la impedimenta y consiguió llevarme sin otro percance hasta las líneas británicas. Agotado por el dolor y debilitado a consecuencia de las muchas fatigas soportadas, me trasladaron en un gran convoy de heridos al hospital de base, establecido en Peshawur. Me restablecí en ese lugar hasta el punto de que ya podía pasear por las salas, e incluso salir a tomar un poco el sol en la terraza, cuando caí enfermo de ese flagelo de nuestras posesiones de la India: el tifus. Durante meses se temió por mi vida, y cuando, por fin, reaccioné y entré en la convalecencia, había quedado en tal estado de debilidad y de extenuación, que el consejo médico dictaminó que debía ser enviado a Inglaterra sin perder un solo día. En consecuencia, fui embarcado en el transporte militar Orontes, y un mes después tomaba tierra en el muelle de Portsmouth, convertido en una irremediable ruina física, pero disponiendo de un permiso otorgado por un Gobierno paternal para que me esforzase por reponerme durante el período de nueve meses que se me otorgaba. Yo no tenía en Inglaterra parientes ni allegados. Estaba, pues, tan libre como el aire o tan libre como un hombre puede serlo con un ingreso diario de once chelines y seis peniques. Como es natural, en una situación como esa, gravité hacia Londres, gran sumidero al que se ven arrastrados de manera irresistible todos cuantos atraviesan una época de descanso y ociosidad
Me alojé durante algún tiempo en un buen hotel del Strand, llevando una vida incómoda y falta de finalidad y gastándome mi dinero con mucha mayor esplendidez de lo que hubiera debido. La situación de mis finanzas se hizo tan alarmante que no tardé en comprender que, si no quería yerme en la necesidad de tener que abandonar la gran ciudad y de llevar una vida rústica en el campo, me era preciso alterar por completo mi género de vida. Opté por esto ultimo, y empecé por tomar la resolución de abandonar el hotel e instalarme en una habitación de menores pretensiones y más barata. Me hallaba, el día mismo en que llegué a semejante conclusión, en pie en el bar Criterios, cuando me dieron unos golpecitos en el hombro; me volví, encontrándome con que se trataba del joven Stamford, que había trabajado a mis órdenes en el Barts (1) como practicante. Para un hombre que lleva una vida solitaria, resulta por demás grato ver una cara amiga entre la inmensa y extraña multitud de Londres.
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Fragmento – Lefcadio Hearn

Y a la hora del crepúsculo, llegaron al pie de la montaña. No había en el lugar señal de vida, ningun indicio de agua, ni rastro de plantas, ni sombra de aves veloces; nada sino soledades elevándose hacia soledades. Y la cumbre se perdía en el cielo.

Entonces el Bodhisattva dijo a su joven compañero:

-Lo que has pedido se te mostrará. Pero el lugar de la Visión está lejos; y el camino es agreste. Síqueme y no temas: se te dará fuerza.

La tarde oscureció sus pasos mientras ascendían. El camino estaba sin hollar, y no había marcas de ninguna visita humana anterior; discurría sobre un interminable montón de fragmentos caídos que rodaban o giraban bajo los pies. A veces una masa desprendida caía resonando en ecos sepulcrales: a veces la sustancia pisoteada reventaba como una conche vacía… Se perfilaban y se estremecían las estrellas; y la oscuridad se hacía más profunda.

-No temas, hijo -dijo el Bodhisattva, guiando-, ningún peligro hay, aunque el camino sea horrible.

Ascendieron bajo las estrellas -deprisa, deprisa-, sabiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. Atravesaron altas zonas de niebla; y vieron bajo ellas, siempre extendiéndose mientras ascendían, una sorda inundación de nubes, como la corriente de un lechoso mar.

Hora tras horan ascendieron; y formas invisibles cedían a su paso con apagados y suaves chasquidos; y fuegos tenues y fríos brillaban y morían con cada rotura.

Y una vez el joven peregrino puso la mano en algo terso que no era piedra, y lo alzó, y confusamente entrevió la mueca sin mejillas de la muerte.

-¡No te demores, hijo!- urgió la voz del maestro-. ¡La cumbre que hemos de alcanzar está muy lejos aún!

A través de la oscuridad ascendieron, y sentían continuamente tras ellos las suaves y extrañas roturas, y vieron los fuegos helados arrastrarse y morir; hasta que el borde de la noche se tornó gris, y las estrellas empezaron a desfallecer, y el este empezó a brillar.

Y sin embargo aún seguían ascendiendo -deprisa, deprisa-, subiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. A su alrededor había ahora gelidez de muerte, y silencio tremendo… Una llama dorada se encendió en el este.

Entonces fue cuando, a la vista del peregrino, las pendientes revelaron su desnudez; y un temblor se apoderó de él, y un miedo horrible. Pues no había  tierra -ni debajo, ni alrededor, ni en lo alto-, sino solamente un montón, monstruoso y desmedido, de calaveras y fragmentos de calaveras y polvo y hueso, con un resplandor de dientes desprendidos, esparcidos por la pila, como el resplandor de pedazos de concha en los restos que lleva la marea.

-¡No temas, hijo!- exclamó la voz de Bodhisattva-. ¡Sólo el fuerte de corazón puede alcanzar el sitio de la Vision!

El mundo se había desvanecido tras ellos. Nada quedaba sino las nubes abajo, y el firmamento arriba, y el montón de calaveras en medio, sesgándose y elevándose hasta perderse de vista.

Entonces el sol ascendió con los que ascendían; y no había calidez en su luz, sino la frialdad de una afilada espada. Y el horror de la asombrosa altura, y la pesadilla de la asombrosa profundidad, y el terror del silencio, crecieron y crecieron, e inquietaron al peregrino, y se detuvieron sus pasos; así que repentinamente todo poder se alejó de él, y gimió como un durmiente en sus sueños.

-¡Apresurate, apresurate, hhijo! -exclamó el Bodhisattva-. El día es breve, y la cumbre está muy lejos.

Pero el peregrino chilló:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo indecible! ¡Y el poder me ha abandonado!

-El poder volverá. hijo -repuso el Bodhisattva-. Ahora mira debajo de ti y por encima de ti y a tu alrededor y dime qué ves.

-No puedo- exclamó el peregrino, temblando y aferrándose al maestro-.¡No me atrevo a mirar abajo! Delante de mi y a mi alrededor no hay sino calaveras de hombres.

-Y sin embargo, hijo- dijo el Bodhisattva, riendo suavemente-; y sin embargo, ignoras de qué está hecha esta montaña.

El otro, estremeciéndose, repitió:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo inexplicable!… ¡Nada hay sino calaveras de hombres!

-Es una montaña de calaveras -respondió el Bodhissatva-. Pero sabe, hijo, que todas ellas ¡SON LA TUYA! Cada una ha sido en algún tiempo el nido de tus sueños e ilusiones y deseos. Ni una sola de estas calaveras pertenece a otro ser. Todas (todas sin excepcion) han sido tuyas, en los billones de tus vidas pasadas.

Published in: on 25 abril 2009 at 5:00 PM  Comments (3)  
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El interprete griego – Sir Arthur Conan Doyle

«Recuerde, Melas, que si habla con alguien de esto, aunque sea con una sola persona, ¡que Dios tenga piedad de su alma!»

-Wilson Kemp

jeremybrettassherlockholmesA lo largo de mi prolongada e íntima amistad con el señor Sherlock Holmes, nunca le había oído hablar de su parentela, y apenas de su pasado. Esta reticencia por su parte había incrementado el efecto un tanto inhumano que producía en mí, hasta el punto de que a veces me sorprendía mirándolo como un fenómeno aislado, un cerebro sin corazón, tan deficiente en afecto humano como más que eminente en inteligencia. Su aversión a las mujeres y su nula inclinación a contraer nuevas amistades, eran las dos notas típicas de un carácter nada emocional, pero no más que su total supresión de toda referencia a su propia familia. Yo había llegado a creer que era un huérfano sin parientes vivos, pero un día, con gran sorpresa por mi parte, empezó a hablarme de su hermano. (más…)

El juicio de Dungara – Rudyard Kipling

Ved al pálido mártir con su túnica

con­vertida en llamas.

Todavía se refiere esto en las espesuras de la montaña de Berbulda, y india-41para corroborar su narra­ción, señálase lo que aún queda en pie de la misión: una casa sin techo y sin ventanas. El Gran Dios Dungara, el Dios de las Cosas tales como son, el Terrible, el de Un solo ojo, el que tiene en su poder el Colmillo del Elefante robo, el propio Dungara fue autor de todo esto. El que no crea en Dungara será destrozado por la furia de Yat, por esa misma lo­cura que se apodero de los hijos y de las hijas de los Buria Kol cuando volvieron las espaldas a Dungara y vistieron su desnudez. Así lo dice Athon Daze, Sacerdote Supremo del Santuario y Custodio del Colmillo perteneciente al Elefante rojo. Pero si preguntáis al Subdelegado y Agente a cuyo cargo corren los Buria Kol, se reirá sin duda, no por es­píritu de malevolencia contra la obra de las misiones, sino porque él mismo vio la venganza de Dungara ejecutada en los hijos espirituales del Reve­rendo Justo Krenk, Pastor de la Misión de Tubinga, y de Lotta, la virtuosa compañera del misionero.

Si hubo algún hombre que mereciera ser tratado afectuosamente por los Dioses, ese hombre fue sin duda el Reverendo Justo, de Heidelberg, hombre generoso que sintiéndose llamado a desempeñar una misión religiosa, se fue a la espesura de la selva llevando consigo a Lotta, la rubia de ojos azules.

-Nosotros a estos hombres oscurecidos ahora por prácticas de idolatría debemos hacer mejores-dijo Justo al comenzar su carrera.-

Sí -añadió con profunda convicción-, ellos serán buenos y con sus propias manos a trabajar aprenderán. Porque todos los buenos cristianos deben trabajar.

Y con un estipendio más modesto que el de un ayudante inglés, de esos que sin estudios teológicos leen textos sagrados a los fieles, Justo Krenk instaló su morada más allá de Kamala y de la garganta de Malair, en la margen opuesta del río Berbulda, casi al pie de la azul colina de Panth, en cuya cima se levanta el templo de Dungara. Como se ve, Krenk había ido al riñón del país de los Buria Kol, hom­bres desnudos, bondadosos, tímidos, desvergonzados y perezosos.¿Conocéis la vida de una de estas misiones excén­tricas? Haced un esfuerzo con la imaginación para representaros una soledad más grande que la de esas estaciones de ínfimo orden a donde os ha enviado el Gobierno; imaginad un aislamiento -que pesa so­bre vuestros párpados desde que despertáis y que os acompaña en todas las tareas cotidianas: no hay ofi­cina de correos; no hay un solo ser de vuestro color con quien hablar; no hay caminos; no hay otros alimentos que los indispensables para no morir de agotamiento, pero ninguno de los que dan gusto al paladar; no hay ser u objeto que os atraiga por su bondad, por su belleza o por su interés. Toda vues­tra vida ha de estar en vosotros mismos y en la gracia divina con que hayáis sido beneficiados.Por las mañanas los conversos, los dudosos y los recalcitrantes encaminarán sus pasos menudos y suaves a la terraza de la misión. La infinita bondad y la in­agotable paciencia del misionero y, sobre todo, la perspicacia más fina, son indispensables, pues su grey tiene a la vez toda la sencillez de la infancia, toda la experiencia de la edad viril y toda la sutileza del salvajismo. Hay que atender a las cien necesidades materiales de la congregación. Pero sobre todo, el misionero deberá estar atento, según el sentido de la responsabilidad que ha contraído ante Dios, pues no le será lícito dejar perdida ninguna simiente espiri­tual en la muchedumbre clamorosa que le rodea. Esta atención a la vida del alma no ha de ser óbice para que el misionero cuide también de la salud temporal de sus ovejas, tarea tanto más difícil cuanto que las tales ovejas se creen poseedoras de secretos terapéu­ticos, y que por otra parte están siempre dispuestas a a reírse en las barbas del misionero que toma dema­siado a lo serio las ideas del salvaje. (más…)

El muchacho que escribía poesía – Yukio Mishima

mishimaPoema tras poema fluía de su pluma con pasmosa facilidad. Le llevaba poco tiempo llenar las treinta páginas de uno de los cuadernos de la Escuela de los Pares. ¿Cómo era posible, se preguntaba el muchacho, que pudiera escribir dos o tres poemas por día? Una semana que estuvo enfermo en cama, compuso: «Una semana: Antología». Recortó un óvalo en la cubierta de su cuaderno para destacar la palabra «poemas» en la primera página. Abajo, escribió en inglés: «12th. 18th: May, 1940».

Sus poemas empezaban a llamar la atención de los estudiantes de los últimos años. «La algarabía es por mis 15 años«. Pero el muchacho confiaba en su genio. Empezó a ser atrevido cuando hablaba con los mayores. Quería dejar de decir «es posible», tenía que decir siempre «sí». (más…)

Carta a un maltratador

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Fernando Orden Rueda 2º de Bachillerato, de Ciencias de la Salud. IES Bioclimático, de Badajoz. II Premio del II Concurso Nacional ‘Carta a un maltratador’, convocado por la Asociación ‘Juntos contra la violencia doméstica’

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Cuento de Navidad – Ray Bradbury

elarboldenavidad1El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
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El gigante egoista – Oscar Wilde

ninos-jugandoTodas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín del gigante.

Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas flores sobre el suelo, y había doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban hermosos frutos.

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Dagón – H.P. Lovecraft

dagonEscribo esto bajo una considerable tensión mental, ya que al caer la noche mi existencia tocará a su fin. Sin un céntimo, y agotada la provisión de droga que es lo único que me hace soportable la vida, no podré aguantar mucho más esta tortura y me arrojaré por la ventana de esta buhardilla a la mísera calle de abajo. Que mi adicción a la morfina no les lleve a considerarme un débil o un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas apresuradamente garabateadas, podrán comprender, aunque no completamente, por qué debo olvidar o morir.

Fue en una de las zonas más abiertas y desoladas del gran Pacífico donde el buque del que yo era sobrecargo fue alcanzado por el cazador de barcos alemán. Entonces la gran guerra se hallaba en sus comienzos y las fuerzas oceánicas del Huno aún no habían llegado a su posterior decadencia; así que nuestra nave fue presa según las convenciones, y su tripulación tratada con el respeto y consideración debida a prisioneros de guerra. De hecho, la disciplina de nuestros captores era tan relajada que cinco días más tarde logré huir en un botecillo con agua y provisiones para bastante tiempo.

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Published in: on 20 noviembre 2008 at 5:42 PM  Comments (1)  
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