Ruth ya no es una niña -2-

Culpable o inocente. En eso estaba mientras limpiaba de hierbajos los parterres y arreglaba la valla de alambre que mantenía a los animales alejados de los rosales. Sentía la mirada de Ruth fija en su espalda desnuda y pensar tan siquiera en la posibilidad que ella se acercase y pusiese sus manos sobre su piel, sentir su cálido contacto… Mierda. Se le estaba poniendo dura y sólo con los calzones no podía disimular…
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Ruth ya no es una niña -1-

Ruth, sentada en el banco del pequeño jardín trasero de su casa, miraba a Jason mientras este trabajaba afanándose por limpiar de malas hierbas los parterres repletos de rosas. Pronto llegaría la Fiesta de Primavera, y sería el momento de arrancar las flores y venderlas en el pueblo.

La madre de Ruth, Sofía, había ido al pueblo como cada día para vender la leche que habían ordeñado por la madrugada y no volvería hasta dentro de un buen rato. La leche de las vacas y el pequeño huerto era lo único que tenían para sobrevivir desde que Mauro, el padre de Ruth, murió en una trifulca idiota en la taberna del pueblo, cuando dos soldados del marques pelearon por quién sabe qué y lo pillaron a él en medio, matándole de dos cuchilladas.
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Estudio en escarlata (una aventura de Sherlock Holmes) de Sir Arthur Conan Doyle. Segunda parte.


Mientras hablaba, nos metimos por un camino estrecho y cruzamos una pequeña puerta lateral por la que se entraba en una de las alas del gran hospital. Todo aquello me resultaba familiar, y no necesité que me guiasen cuando subimos por la adusta escalera de piedra y cuando avanzamos por el largo pasillo que ofrecía un panorama de muro enjalbegado y puertas color castaño. Hacia el extremo del pasillo arrancaba de éste un corredor, abovedado y de poca altura, por el que se llegaba al laboratorio de química.
Consistía éste en una sala muy alta, llena por todas partes de botellas alineadas en las paredes y desperdigadas por el suelo. Aquí y allá, anchas mesas de poca altura, erizadas de retortas, tubos de ensayo y pequeñas lámparas Bunsen de llamas azules onduladas. Un solo estudiante había en la habitación, y estaba embebido en su trabajo, inclinado sobre una mesa apartada. Al ruido de nuestros pasos, se volvió a mirar y saltó en pie con una exclamación de placer.
—¡Ya di con ello! ¡Ya di con ello! —gritó a mi acompañante, y vino corriendo hacia nosotros con un tubo de ensayo en la mano—. Descubrí un reactivo que es precipitado por la hemoglobina y nada más que por la hemoglobina.
Los rasgos de su cara no habrían irradiado deleite más grande si hubiese descubierto una mina de oro.
—El doctor Watson; el señor Sherlock Holmes —dijo Stamford, haciendo las presentaciones.

—¿Cómo está usted? —dijo cordialmente, estrechando mi mano con una fuerza que yo habría estado lejos de suponerle—. Por lo que veo, ha estado usted en Afganistán. (más…)

Diario de Akeru CI

margueriteEste año le tocó la organización de la Reunión Anual a un viejo y agradable conocido: Vlad Drakul. Saberlo hizo que me preguntara si habría alguna biblioteca cerca, pero después me reñí a mi misma: siempre pensando en el sexo, casi parezco un hombre…

La fiesta no fue en un tétrico castillo transilvano -hubiese sido terroríficamente arquetípico teniendo en cuenta todo lo que pasó-, sino en un magnífico hotel neoyorquino. Había reservado el edificio entero para tres días y fue una fiesta por todo lo alto…

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Estudio en escarlata (una aventura de Sherlock Holmes) de Sir Arthur Conan Doyle. Primera parte

Capitulo 1: El señor Sherlock Holmes

El año 1878 me gradué de doctor en Medicina por la Universidad de Londres, y a continuación pasé a Netley con objeto de cumplir el curso que es obligatorio para ser médico cirujano en el Ejército. Una vez realizados esos estudios, fui a su debido tiempo agregado, en calidad de médico cirujano ayudante, al 5.° de Fusileros de Northumberland. Este regimiento se hallaba en aquel entonces de guarnición en la India y, antes que yo pudiera incorporarme al mismo, estalló la segunda guerra del Afganistán. Al desembarcar en Bombay. me enteré de que mi unidad había cruzado los desfiladeros de la frontera y se había adentrado profundamente en el país enemigo. Yo, sin embargo, junto con otros muchos oficiales que se encontraban en situación idéntica a la mía, seguí viaje, logrando llegar sin percances a Candahar, donde encontré a mi regimiento y donde me incorporé en el acto a mi nuevo servicio. Aquella campaña proporcionó honores y ascensos a muchos, pero a mí sólo me acarreó desgracias e infortunios. Fui separado de mi brigada para agregarme a las tropas del Berkshire, con las que me hallaba sirviendo cuando la batalla desdichada de Malwand. Fui herido allí por una bala explosiva que me destrozó el hueso, rozando la arteria, del subclavio. Habría caído en manos de los ghazis asesinos, de no haber sido por el valor y la lealtad de Murray, mi ordenanza, que me atravesó, lo mismo que un bulto, encima de un caballo de los de la impedimenta y consiguió llevarme sin otro percance hasta las líneas británicas. Agotado por el dolor y debilitado a consecuencia de las muchas fatigas soportadas, me trasladaron en un gran convoy de heridos al hospital de base, establecido en Peshawur. Me restablecí en ese lugar hasta el punto de que ya podía pasear por las salas, e incluso salir a tomar un poco el sol en la terraza, cuando caí enfermo de ese flagelo de nuestras posesiones de la India: el tifus. Durante meses se temió por mi vida, y cuando, por fin, reaccioné y entré en la convalecencia, había quedado en tal estado de debilidad y de extenuación, que el consejo médico dictaminó que debía ser enviado a Inglaterra sin perder un solo día. En consecuencia, fui embarcado en el transporte militar Orontes, y un mes después tomaba tierra en el muelle de Portsmouth, convertido en una irremediable ruina física, pero disponiendo de un permiso otorgado por un Gobierno paternal para que me esforzase por reponerme durante el período de nueve meses que se me otorgaba. Yo no tenía en Inglaterra parientes ni allegados. Estaba, pues, tan libre como el aire o tan libre como un hombre puede serlo con un ingreso diario de once chelines y seis peniques. Como es natural, en una situación como esa, gravité hacia Londres, gran sumidero al que se ven arrastrados de manera irresistible todos cuantos atraviesan una época de descanso y ociosidad
Me alojé durante algún tiempo en un buen hotel del Strand, llevando una vida incómoda y falta de finalidad y gastándome mi dinero con mucha mayor esplendidez de lo que hubiera debido. La situación de mis finanzas se hizo tan alarmante que no tardé en comprender que, si no quería yerme en la necesidad de tener que abandonar la gran ciudad y de llevar una vida rústica en el campo, me era preciso alterar por completo mi género de vida. Opté por esto ultimo, y empecé por tomar la resolución de abandonar el hotel e instalarme en una habitación de menores pretensiones y más barata. Me hallaba, el día mismo en que llegué a semejante conclusión, en pie en el bar Criterios, cuando me dieron unos golpecitos en el hombro; me volví, encontrándome con que se trataba del joven Stamford, que había trabajado a mis órdenes en el Barts (1) como practicante. Para un hombre que lleva una vida solitaria, resulta por demás grato ver una cara amiga entre la inmensa y extraña multitud de Londres.
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Fragmento – Lefcadio Hearn

Y a la hora del crepúsculo, llegaron al pie de la montaña. No había en el lugar señal de vida, ningun indicio de agua, ni rastro de plantas, ni sombra de aves veloces; nada sino soledades elevándose hacia soledades. Y la cumbre se perdía en el cielo.

Entonces el Bodhisattva dijo a su joven compañero:

-Lo que has pedido se te mostrará. Pero el lugar de la Visión está lejos; y el camino es agreste. Síqueme y no temas: se te dará fuerza.

La tarde oscureció sus pasos mientras ascendían. El camino estaba sin hollar, y no había marcas de ninguna visita humana anterior; discurría sobre un interminable montón de fragmentos caídos que rodaban o giraban bajo los pies. A veces una masa desprendida caía resonando en ecos sepulcrales: a veces la sustancia pisoteada reventaba como una conche vacía… Se perfilaban y se estremecían las estrellas; y la oscuridad se hacía más profunda.

-No temas, hijo -dijo el Bodhisattva, guiando-, ningún peligro hay, aunque el camino sea horrible.

Ascendieron bajo las estrellas -deprisa, deprisa-, sabiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. Atravesaron altas zonas de niebla; y vieron bajo ellas, siempre extendiéndose mientras ascendían, una sorda inundación de nubes, como la corriente de un lechoso mar.

Hora tras horan ascendieron; y formas invisibles cedían a su paso con apagados y suaves chasquidos; y fuegos tenues y fríos brillaban y morían con cada rotura.

Y una vez el joven peregrino puso la mano en algo terso que no era piedra, y lo alzó, y confusamente entrevió la mueca sin mejillas de la muerte.

-¡No te demores, hijo!- urgió la voz del maestro-. ¡La cumbre que hemos de alcanzar está muy lejos aún!

A través de la oscuridad ascendieron, y sentían continuamente tras ellos las suaves y extrañas roturas, y vieron los fuegos helados arrastrarse y morir; hasta que el borde de la noche se tornó gris, y las estrellas empezaron a desfallecer, y el este empezó a brillar.

Y sin embargo aún seguían ascendiendo -deprisa, deprisa-, subiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. A su alrededor había ahora gelidez de muerte, y silencio tremendo… Una llama dorada se encendió en el este.

Entonces fue cuando, a la vista del peregrino, las pendientes revelaron su desnudez; y un temblor se apoderó de él, y un miedo horrible. Pues no había  tierra -ni debajo, ni alrededor, ni en lo alto-, sino solamente un montón, monstruoso y desmedido, de calaveras y fragmentos de calaveras y polvo y hueso, con un resplandor de dientes desprendidos, esparcidos por la pila, como el resplandor de pedazos de concha en los restos que lleva la marea.

-¡No temas, hijo!- exclamó la voz de Bodhisattva-. ¡Sólo el fuerte de corazón puede alcanzar el sitio de la Vision!

El mundo se había desvanecido tras ellos. Nada quedaba sino las nubes abajo, y el firmamento arriba, y el montón de calaveras en medio, sesgándose y elevándose hasta perderse de vista.

Entonces el sol ascendió con los que ascendían; y no había calidez en su luz, sino la frialdad de una afilada espada. Y el horror de la asombrosa altura, y la pesadilla de la asombrosa profundidad, y el terror del silencio, crecieron y crecieron, e inquietaron al peregrino, y se detuvieron sus pasos; así que repentinamente todo poder se alejó de él, y gimió como un durmiente en sus sueños.

-¡Apresurate, apresurate, hhijo! -exclamó el Bodhisattva-. El día es breve, y la cumbre está muy lejos.

Pero el peregrino chilló:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo indecible! ¡Y el poder me ha abandonado!

-El poder volverá. hijo -repuso el Bodhisattva-. Ahora mira debajo de ti y por encima de ti y a tu alrededor y dime qué ves.

-No puedo- exclamó el peregrino, temblando y aferrándose al maestro-.¡No me atrevo a mirar abajo! Delante de mi y a mi alrededor no hay sino calaveras de hombres.

-Y sin embargo, hijo- dijo el Bodhisattva, riendo suavemente-; y sin embargo, ignoras de qué está hecha esta montaña.

El otro, estremeciéndose, repitió:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo inexplicable!… ¡Nada hay sino calaveras de hombres!

-Es una montaña de calaveras -respondió el Bodhissatva-. Pero sabe, hijo, que todas ellas ¡SON LA TUYA! Cada una ha sido en algún tiempo el nido de tus sueños e ilusiones y deseos. Ni una sola de estas calaveras pertenece a otro ser. Todas (todas sin excepcion) han sido tuyas, en los billones de tus vidas pasadas.

Published in: on 25 abril 2009 at 5:00 PM  Comments (3)  
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Dos para conquistar – Saga Darkover – Marion Zimmer Bradley

Melora estaba de pie tan cerca de él que Bard percibió el leve perfume de su cabello y su capa.

-Tenía miedo- agregó ella-, de que si la batalla no nos favorecía, yo no fuera capaz de matarme, y de que llegara a aceptar… la esclavitud, la violación antes que la muerte. La muerte me pareció muy horrible mientras veía cómo fallecían los hombres.

El se volvió y le cogió una mano; ella no protestó.

-Me alegra que todavía estés con vida, Melora- le dijo Bard en voz baja.

-También yo- respondió ella, en voz igualmente baja.

El la abrazó y la besó, sorprendiéndose de la suavidad de aquel cuerpo redondeado y aquellos pechos plenos contra su propio cuerpo. Sintió que ella se entregaba completamente al beso, pero en seguida se apartó un poco.

-No, te lo ruego, Bard. No aquí, de esta manera, con todos tus hombres alrededor. No te rechazaría, te doy mi palabra de eso, pero no quiero que sea así; me han dicho… que no está bien…

Bard la soltó de mala gana.

Podría amarla con mucha facilidad, pensó. No es bonita, pero es tan cálida, tan dulce…

Y de repente lo invadió toda la excitación que había acumulado durante el día. Sin embargo, sabía que ella tenía razón. Donde no había mujeres accesibles para los demás hombres, era absolutamente contrario a las costumbres y a la decencia que el comandante disfrutara de una mujer. Bard era un soldado y sabía muy bien que no debía concederse privilegios que sus hombres no pudieran compartir

La buena voluntad de ella empeoraba aún mas las cosas. Nunca antes se había sentido tan próximo a una mujer.

Sin embargo exhaló un profundo suspiro de resignación.

-La suerte de la guerra, Melora. Tal vez… algún día…

-Tal vez- asintió ella con suavidad, mientras le entregaba la mano y lo miraba a los ojos.

A él le pareció que nunca había deseado tanto a una mujer.

Fragmento de Darkover, Dos para conquistar, de Marion Zimmer Bradley.

En las montañas de la locura – H.P. Lovecraft

en las montañas de la locuraLa tracería de arabescos consistía totalmente en líneas hundidas, cuya profundidad en los muros no erosionados era de entre una y dos pulgadas. Cuando aparecía algún medallón con grupos de puntos en él -evidentemente inscripciones en algún idioma y alfabetos primitivos e ignotos-, el rebajamiento de la superficie lisa sería tal vez de una pulgada y media, y la de los puntos quizá media pulgada más. Las franjas de bajorrelieves eran de técnica de embutido, y el fondo estaba rebajado como dos pulgadas en relación con la superficie original del muro. En algunos casos se podian percibir ligeros vestigios de color, pero los incontables eones transcurridos habían desintegrado y hecho desaparecer de forma casi uniforme cualquier pigmento que sobre ellos se hubiera podido aplicar. Cuanto mas estudiabamos aquella maravillosa técnica, mas admirabamos la pbra. Bajo el riguroso convencionalismo se percibía la minuciosa y exacta observacion y la habilidad pictorica de los artistas; y, de hecho, esas mismas convenciones servían para simbolizar y acentuar la verdadera esencia o vital diferenciación de todos los objetos representados. Presentimos tambien que mas alla de esas evidentes excelencias existian otras ocultas que escapaban a nuestra percepcion. Algunos rasgos aqui y alla insinuaban vagamente simbolos latentes y estimulos que una capacidad mental y emotiva diferente, y un equipo sensorial mas completo que el nuestro podia haber dotado de un significado mas profundo y conmovedor.

Fragmento de En las montañas de la locura, de H.P. Lovecraft.

Canto XXIV – Rescate de Héctor

troya51 Disolvióse la junta y los guerreros se dispersaron por las veloces naves, tomaron la cena y se regalaron con el dulce sueño. Aquiles lloraba, acordándose del compañero querido, sin que el sueño, que todo to rinde, pudiera vencerlo: daba vueltas acá y a11á, y con amargura traía a la memoria el vigor y gran ánimo de Patroclo, to que de mancomún con él había llevado al cabo y las penalidades que ambos habían padeci­do, ora combatiendo con los hombres, ora surcando las te­mibles ondas. Al recordarlo, prorrumpía en abundantes lágrimas; ya se echaba de lado, ya de espaldas, ya de pechos; y al fin, levantándose, vagaba inquieto por la orilla del mar. Nunca le pasaba inadvertido el despuntar de la aurora sobre el mar y sus riberas: entonces uncía al carro los ligeros cor­celes y, atando al mismo el cadáver de Héctor, arrastrábalo hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto Menecíada; acto continuo volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver tendido de cara al polvo. Mas Apolo, apiadándose del varón aun después de muerto, le libraba de toda injuria y lo protegía con la égida de oro para que Aquiles no lacerase el cuer­po mientras lo llevaba por el suelo.

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Ultimas adquisiciones

el-husarEl húsar, de Arturo Perez Reverte.

Contraportada:

«Un relato intenso y hábil que hoy figura entre lo mejor del conjunto de su obra. Su historia, las experiencias militares en Andalucía, en 1808, del subteniente del ejército napoleónico Frederic Glüntz, habla de una cosa, del desarrollo de unas batallas, y se refiere a otra, al sentido de la vida y a la condición humana frente a una situación límite. Un relato de acción, pero no sólo ni sobre todo.» Santos Sanz Villanueva

«Un relato espléndido sobre la desmitificación de la guerra y la muerte de todo heroísmo, en plena época napoleónica.» Rafael Conte

«La guerra está aquí pintada en plena gloria: vacía y terrible. Una obra maestra para la Galería de las Batallas.» Le Monde

cienfuegosCienfuegos, de Alberto Vazquez Figueroa.

Contraportada:

Con esta novela se inicia la inolvidable saga Cienfuegos, que narra las peripecias y vicisitudes de su protagonista, un joven canario, en el Nuevo Mundo que los españoles colonizaron y exploraron a partir del siglo XVI. En aquellos lejanos tiempos, cuando ni siquiera era firme la certeza de que el mundo es redondo, América era un territorio hostil, desconocido y plagado de peligros, el escenario ideal para una trepidante novela de aventuras de Alberto Vázquez-Figueroa.

aguila_imperioEl Aguila del Imperio, de Simon Scarrow.

Libro I de Quinto Licinio Cato, de legionario a optio.

Contraportada:

Quinto Licinio Cato ha conseguido la preciada libertad a cambio del compromiso de servir en la legión; sin embargo,, ninguno de sus compañeros parece muy seguro de que haya hecho un buen negocio. La implacable instrucción a la que le someten y las inteminables marchas no parecen lo más apetecible para un joven culto y refinado como Cato, pero, tras dos semanas en el campamento y después de ser víctima de las más crueles novatadas, parece listo para enfrentarse a los bárbaros germanos e iniciar una prometedora carrera como optio.

querido dexterQuerido Dexter, de Jeff Lindsay

Contraportada:

¿Ya conoces a Dexter? Te encantará: es un joven agradable y sencillo, con un buen trabajo, una hermana policía y, últimamente, hasta una novia formal. Claro que también tiene ese extraño pasatiempo, acuchillar y descuartizar personas.
Pero no hay que preocuparse; su padre adoptivo, Harry, le enseñó desde niño a utilizar sus habilidades sólo con la gente «que se lo merece», asesinos, pederastas… y monstruos como él mismo, en general.

Pero últimamente, Dexter no parece el mismo. Desde que ese maldito sargento Doakes no le quita los ojos de encima, se ve obligado a una vida de pesadilla: beber cerveza en el porche, jugar con los niños, ver la televisión, pasear junto a su novia… Por suerte, todo cambia cuando empiezan a aparecer en la ciudad víctimas espantosamente mutiladas, crímenes que provocan náuseas a los más curtidos policías y forenses. Dexter sabe apreciar el trabajo de un maestro, pero descubre que, si ayuda a la policía a detenerlo, puede que consiga volver a una vida normal, sacarse de encima a Doakes y continuar con las sangrientas escapadas nocturnas que tanto echa de menos…

Tras el éxito de El oscuro pasajero, vuelve el personaje más sorprendente de la reciente literatura criminal. Una nueva vuelta de tuerca a las novelas de asesinos en serie que confirma la originalidad y fuerza de la narrativa de Jeff Lindsay

mas platon y menos prozacMas Platón y menos prozac, de Lou Marinoff.

Contraportada:

Lou Marinoff confía en ayudar a los lectores a llevar una vida  más equilibrada  cuando sus problemas, inquietudes y preocupaciones no son eliminadas por las terapias y  antidepresivos. Inspirándose en los más grandes filósofos de la historia, nos enseña a enfrentarnos a los problemas habituales de la vida, como las relaciones amorosas, la muerte o un cambio profesional. En definitiva, cómo cambiar nuestras vidas a través de la filosofía.

Más Platón y menos Prozac se inspira en los más grandes filósofos y filosofías de la historia del mundo para enseñar a abordar los aspectos más importantes de la vida. Trata sobre los problemas habituales como la manera de llevar las relaciones amorosas, de vivir con ética, de prepararse para morir, de enfrentarse a un cambio profesional y de encontrar sentido a la existencia.