Claudia se levantó de la cama y dejó caer la almohada al suelo. El hombre la miró aún asustado, encongido sobre sí mismo, y abrazado a sus propias rodillas. ella se acercó y le tendió la mano.
-Ven -le dijo-. No tengas miedo de mi.
¿Cómo no iba a tener miedo? se preguntó el hombre. Ella era como una diosa, un sueño inalcanzable, pero que ahora estaba alli, hablándole a él… Tenía miedo de tocarla. ¿Y si se rompía el hechizo? ¿Y si todo era una quimera provocada por su errática imaginación? No podía tocarla, no podía… Una cosa era adorarla desde los pies de la cama y otra muy distinta abrazar un sueñlo. Se encogió aún más sobre sí mismo.
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