Diario de Akeru LXIX

sensual11Nos pasamos todo el día en la cama; por la mañana haciendo el amor, por la tarde durmiendo uno en brazos del otro, completamente agotados.

Cuando anocheció, la casa se había quedado prácticamente vacía. Los pocos invitados que se habían quedado a dormir la borrachera, se fueron en cuanto el sol se ocultó tras el horizonte -Hikari se encargó de ellos-. Los criados, que se habían pasado todo el día limpiando nuestro desbarajuste, se fueron cada uno a su casa en cuanto terminaron, dejándolo todo en tan perfecto estado que nadie hubiese podido imaginar que la noche anterior habia habido una fiesta por todo lo alto en la casa…

Me despertó un suave soplido en mi oreja: era Kurayami.
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La leyenda de Adonis

flor de adonisSignificado: Recuerdo amoroso.

Cuenta la leyenda que Adonis era hijo de Cíniras, rey de Chipre, y de su hija Mirra. Venus, la diosa romana de la belleza y el amor, se enamoró del hermoso joven y dejó el cielo para seguirle a todas partes. Marte, dios de la guerra, el amante abandonado por Venus, impulsado por los celos, juró vengarse de Adonis. Para satisfacer sus deseos de venganza, inspiró al joven la pasión por los combates y los peligros. Adonis se entregaba con placer a la caza de animales feroces y sus ojos reflejaban la audacia bélica. Venus temió por su vida y le rogó que tuviese cuidado.
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Published in: on 30 enero 2009 at 6:45 PM  Comments (2)  
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El mercader de la muerte – C. L. Grace

el mercader de la muerteOh, irlandés -musitó-, ¿dónde estás?

Se recostó contra la almohada, cerró los ojos y evocó los inmensos llanos de Kent, con sus vastos campos y sus tortuosos caminos. Se quedó brevemente dormida y no dejó de dar vueltas en la cama, atormentada por una horrible pesadilla en la que Colum se moría congelado en su carro o bien era salvajemente atacado por un perro rabioso con los ojos inyectados en sangre. Se desperó una hora mas tarde, oyendo el parloteo de Agnes y Thomasina en la cocina. Empujó la colcha hacia abajo, se acercó a la puerta, la entreabrió y prestó atención. Aún no se apreciaba el menor rastro de Colum. Bajó por la galería y abrió la puerta de la habitación del irlandés. dentro estaba oscuro y hacía frío a pesar de que la ventana tenía los postigos cerrados. Tomó una vela, la encendió con el fuego del brasero y la volvió a colocar en la palmatoria de hierro. Miró a su alrededor. «El cuarto de un soldado», decía siempre Kathryn, ya que, a pesar de los ofrecimientos que ella le había hecho, así lo quería Colum, con alfombras de lana en el suelo, un simple catre y un arcón con refuerzos de hierro que él siempre mantenía cerrado y cuya llave llevaba perennemente colgada alrededor del cuello. En la pared, al lado de las alforjas de cuero, colgaba el gran talabarte de Colum. Kathryn lo miró a hurtadillas y sintió que se le encogía el estómago.

-Os lo hubiérais tenido que llevar -murmuró.

Pero entonces recordó la ballesta que Colim no abandonaba nunca y procuró tranquilizarse. Cruzó la estancia que olía a caballo y a cuero, y se acercó a la mesa que había al lado de la cama de Colum.


Fragmento de El mercader de la muerte, de C. L. Grace

Diario de Akeru LXVIII

news176016Estaba escuchando a Rammstein cuando Kurayami llamó a la puerta. Estar toda la noche oyendo una orquesta que toca una música maravillosa pero que a mi no me gusta demasiado, había terminado con mi paciencia musical y los chicos de Rammstein vinieron en mi ayuda con su «Reise, reise».

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Diario de Akeru LXVII

un angelitoPasó un rato hasta que bajé de la nube.

No quería que Kurayami me viera volver a la fiesta desde el jardín; además, olía a estiércol y el vestido se había manchado, así que hice lo mas lógico en esa situación: escalar por la enredadera que cubría parte de la fachada de la casa, hasta la terraza del primer piso. ¿De que sirven las habilidades que vienen en el paquete vampirico si no las uso? Fuerza y agilidad -entre otras cosas- multiplicadas por ¿cien? ¿mil? no lo se, pero por mucho, eso seguro.

Entré por uno de los ventanales abiertos que daban a la terraza -benditos descuidos-, y regresé a mi dormitorio a darme un buen duchazo y cambiarme de ropa.
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Momentos V -Final-

abrazadosClaudia se levantó de la cama y dejó caer la almohada al suelo. El hombre la miró aún asustado, encongido sobre sí mismo, y abrazado a sus propias rodillas. ella se acercó y le tendió la mano.

-Ven -le dijo-. No tengas miedo de mi.

¿Cómo no iba a tener miedo? se preguntó el hombre. Ella era como una diosa, un sueño inalcanzable, pero que ahora estaba alli, hablándole a él… Tenía miedo de tocarla. ¿Y si se rompía el hechizo? ¿Y si todo era una quimera provocada por su errática imaginación? No podía tocarla, no podía… Una cosa era adorarla desde los pies de la cama y otra muy distinta abrazar un sueñlo. Se encogió aún más sobre sí mismo.
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Diario de Akeru LXVI

hermosa hecateLos vi salir al jardín.

El salón de baile tiene tres grandes ventanales que dan al jardín de la casa; son tres puertas dobles cubiertas casi siempre por las cortinas, las tres en la misma pared norte de la casa, con grandes cristaleras que durante el día deben dejar pasar un sol de muerte.

El jardín no es muy grande y esta rodeado por una tapia de tres metros de altura que mantiene alejados a los curiosos. En el centro del jardín, un antiguo invernadero de madera y cristal que nadie usa desde hace años y que Ekaterina usaba para cultivar sus rosas cuando vivió allí con Kurayami.

Salí detrás de ellos y los seguí hasta el invernadero. Kurayami cogía del brazo a Ekaterina y la llevaba a la fuerza, casi a rastras, aunque ella parecía divertirse.
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El sarraceno – Robert Shea

el-sarracenoSophia echó atrás con fuerza su cabeza contra la almohada, y gimió de placer. Su espalda parecía disolverse en oro líquido. Sus dedos se aferraban a la espalda del hombre y sus piernas rodeaban las caderas de él., presionándolo contra su propio cuerpo.

-Oh, oh, oh -suspiró. Una marea cálida la invadió hasta los talones, las puntas de los dedos de las manos, el cuero cabelludo, bañándola en plenitud. se sentía tan feliz que deseaba echarse a llorar.


A medida que el resplandor del éxtasis se fue extinguiendo, notó como Manfredo la penetraba profundamente. Sintió su dureza, su condición de persona distinta, de un modo en que no había percibido momentos antes, cuando había llegado a su clímax y los dos parecían fundidos en un solo ser.

El ritmo del hombre era insistente, inexorable, como el altido del corazón. sentía tensas sus manos contra la espalda. estaba luchando por alcanzar su propio orgasmo.

Se deleitó con la vista de esos hombros macizos que la desbordaban. Era casi como ser amada por un dios.

El rostro de Manfredo se apretaba contra el hombro de ella, y su boca abierta mordía su clavícula. ella se volvió hacia él y vio relucir su cabello de oro blanco. Pasó una mano por su cabello y lo acarició, mientras con la otra frotaba su espalda con un movimiento circular.

Sintió cómo los músculos del cuerpo del hombre se tensaban al apretarse contra ella. Ël empezó a jadear de forma espasmódica.

-Sí, sí, sí -susurró ella, mientras seguía acariciando su cabello y frotando su espalda.

Él se relajó, con un profundo suspiro.

«Nunca hace mucho ruido. Nada que se parezca a mis gritos.»

Siguieron en la ahora quieta postura, sin moverse, satisfecha ella de sentir el cálido peso del hombre tendido encima de su cuerpo, como si le impidiera ascender flotando por el aire. La sensación de que él seguía dentro de ella aún, le transmitía oleadas continuas de placer.

Fragmento de El Sarraceno, de Robert Shea

Diario de Akeru LXV

vampiro mordiendoYo era la primera persona que Hikari había transformado en vampiro. Nunca había sentido la necesidad de hacerlo y solo me transformó a mi porque Kurayami se lo pidió.

Me defraudó, por parte de ambos. Yo nunca había sido especial para Hikari; solo se acerco a mi por Kurayami. En cuanto a éste, no tuvo el valor de ser mi «padre». Siempre había creído que mi transformación se debió a una suerte de capricho en forma de Hikari -voluble, irresponsable, frívolo-, que un día se fijo en mi y se dijo: «Mira, me acabo de encaprichar de esta mujer». Me tanteo durante unas semanas y al final me hizo la proposición: «¿Quieres ser vampiro?».
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Los crimenes de Anubis – Paul Doherty

los crimenes de AnubisEl heraldo Weni también había hecho lo posible por recrearse aquella noche; al menos, eso hacía imaginar la bailarina que visitó su habitación. Habían comido y bebido, tras lo cual el heraldo había bailado con ella. Al final, ella se había marchado y fueron a llamar a Weni. Así que se puso una capa y se cubrió la cabeza con la caperuza. Echó un vistazo al desorden del aposento y volvió a enjuagarse el rostro acalorado con agua. Había ingerido demasiado vino y los esfuerzos de la heset lo habían dejado agotado, pero no tenía más remedio que salir. Recogió la ramita de sicómoro que habían introducido por debajo de la puerta junto con la hoja de tamarindo, la señal convenida para anunciar un encuentro en el lugar acostumbrado. Oyó el sonido del cuerno que anunciaba el principio de la tercera guardia de la noche: el templo y sus custodios no tardarían en quedar en silencio.

Weni abrió la puerta y salió al pasillo. En la mansión que compartía con Mareb y varios escribas de la Casa de la Paz, no se oía ni un ruido. Se detuvo ante la puerta del otro heraldo y la abrió. Éste se hallaba en el lecho, sumido en un profundo sueño. Sus sandalias y el resto de sus vestiduras estaban caídos por el suelo. Weni se sonrió y se escurrió en dirección a las escaleras. El anciano portero apostado al pied de éstas abrió sus ojos legañosos.

-Sales tarde, amo- observó con voz ronca.

-No puedo dormir- repuso él.

Fragmento de Los Crimenes de Anubis, de Paul Doherty.