LA LOCURA DE PASIFAE

Poseidón no es un dios benévolo. ¿Por qué iba a serlo? Ninguno lo es. Todos son mezquinos, manipuladores, vengativos, injustos… Su ira no tiene límites y su egoísmo es absoluto. Nunca pude saber en qué pensaba el rey Minos cuando le desafió, pero desde luego no creo que tuviera la mente muy clara.

Todo empezó con un regalo, algo inofensivo y que debería haber sido fuente de alegría; pero los regalos divinos siempre tienen dos filos, como las espadas, y si no estas acostumbrado a manejarlas acabas cortándote. En este caso, traen la desgracia a todo un pueblo. ¡Qué los hados nos libren de estos presentes!

El toro que surgió de las aguas en la playa mas cercana al palacio de Cnosos era hermoso, eso nadie lo pone en duda, pero ¿tanto como para que Minos se negara a su sacrificio? Se acercaba la época del año en que se celebraban las fiestas en honor de Poseidón cuando los sacerdotes del dios del mar presenciaron el prodigio, un enorme animal de un blanco inmaculado, cuernos afilados y pisada firme salió de las aguas resollando y se inclinó ante los sacerdotes, demasiado aterrorizados para salir corriendo. Eso es lo que dicen que sucedió en aquella playa, aunque yo no puedo asegurarlo porque no estaba allí.

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Rosa

imagenes-rosas-rojasSignificado: Amor, belleza, virtud.

Esta hermosa flor de suavisima fragancia, es considerada la reina de las flores. Cascadas de rosas han embellecido lujosas fiestas y ceremonias. La flor ha inspirado a poetas y pintores; es el símbolo del amor, la belleza, de la virtud, de la confianza, de la virginidad, del misterio y del pecado. Es el emblema de paises, ciudades y familias. Es incluso el símbolo de la Virgen María, la rosa mística de los cristianos.

El folclore del mundo entero relacina tanto sentimentalismo con la rosa, que no resulta fácil separar el elemento mitológico del romántico. Las leyendas sobre su origen son innumerables. Se dice que Cibeles, la diosa madre, la creó para vengarse de Afrodita, pues sólo labelleza de la rosa podía competir con la de la diosa del amor. Más adelante, la flor fue consagrada a Afrodita. Su belleza y su perfume simbolizan el amor y sus espinas las heridas que el amor puede causar.  Se cuenta también que la rosa es hija del rocío; nació de la sonrisa de Eros, o cayó del cabello de Aurora, diosa del alba, cuando se peinaba. La mitología romana cuenta que Baco, el dios del vino y las vendimias, al perseguir una bonita ninfa, sólo pudo retenerla con la ayuda de un zarzal; cuando el dios se dio a conocer, la ninfa se sonrojó delicadamente y Baco, agradecido, tocó el zarzal con su varilla y le ordenó adornarse con flores del color de las mejillas de la ninfa. Según una leyenda rumana, una bellisima princesa se bañaba en un lago y el sol se paró en el cielo sin moverse durante tres días, para poder contemplar a la princesa y cubrirla con sus besos calurosos. Cuando Dios se dio cuenta que el orden del universo estaba en peligro, transformó a la princesa en una rosa y ordenó al sol que siguiera su camino. Por esta razón las rosas bajan su cabeza y se sonrojan cuando el sol las saluda.

Published in: on 23 May 2009 at 8:35 PM  Comments (2)  
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Diario de Akeru CII

medium_desnudaFue un alivio para mi darme cuenta que ya no era el tema preferido de conversación entre los invitados al banquete. La novedad del año anterior -o sea, yo y mi relación con Kurayami- ya no eran noticia, así que ya no había quinientos pares de ojos mirándome disimuladamente intentando catalogarme. Sólo hubo dos comensales cuya mirada sentía muy encima de mi -literalmente- y en otras circunstancias -si hubiese localizado a Hikarí y hubiese podido hablar con él-, me habría sentido muy halagada y extremadamente excitada. Pero esa noche, no; esa noche solo pensaba en Hikarí…

Acabó la cena y fuimos pasando al salón de baile. Recorrí todos sus rincones y pregunté a todo el mundo, pero nadie les había visto. Me sentí desesperada; no habían venido, estaba segura.
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Fragmento – Lefcadio Hearn

Y a la hora del crepúsculo, llegaron al pie de la montaña. No había en el lugar señal de vida, ningun indicio de agua, ni rastro de plantas, ni sombra de aves veloces; nada sino soledades elevándose hacia soledades. Y la cumbre se perdía en el cielo.

Entonces el Bodhisattva dijo a su joven compañero:

-Lo que has pedido se te mostrará. Pero el lugar de la Visión está lejos; y el camino es agreste. Síqueme y no temas: se te dará fuerza.

La tarde oscureció sus pasos mientras ascendían. El camino estaba sin hollar, y no había marcas de ninguna visita humana anterior; discurría sobre un interminable montón de fragmentos caídos que rodaban o giraban bajo los pies. A veces una masa desprendida caía resonando en ecos sepulcrales: a veces la sustancia pisoteada reventaba como una conche vacía… Se perfilaban y se estremecían las estrellas; y la oscuridad se hacía más profunda.

-No temas, hijo -dijo el Bodhisattva, guiando-, ningún peligro hay, aunque el camino sea horrible.

Ascendieron bajo las estrellas -deprisa, deprisa-, sabiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. Atravesaron altas zonas de niebla; y vieron bajo ellas, siempre extendiéndose mientras ascendían, una sorda inundación de nubes, como la corriente de un lechoso mar.

Hora tras horan ascendieron; y formas invisibles cedían a su paso con apagados y suaves chasquidos; y fuegos tenues y fríos brillaban y morían con cada rotura.

Y una vez el joven peregrino puso la mano en algo terso que no era piedra, y lo alzó, y confusamente entrevió la mueca sin mejillas de la muerte.

-¡No te demores, hijo!- urgió la voz del maestro-. ¡La cumbre que hemos de alcanzar está muy lejos aún!

A través de la oscuridad ascendieron, y sentían continuamente tras ellos las suaves y extrañas roturas, y vieron los fuegos helados arrastrarse y morir; hasta que el borde de la noche se tornó gris, y las estrellas empezaron a desfallecer, y el este empezó a brillar.

Y sin embargo aún seguían ascendiendo -deprisa, deprisa-, subiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. A su alrededor había ahora gelidez de muerte, y silencio tremendo… Una llama dorada se encendió en el este.

Entonces fue cuando, a la vista del peregrino, las pendientes revelaron su desnudez; y un temblor se apoderó de él, y un miedo horrible. Pues no había  tierra -ni debajo, ni alrededor, ni en lo alto-, sino solamente un montón, monstruoso y desmedido, de calaveras y fragmentos de calaveras y polvo y hueso, con un resplandor de dientes desprendidos, esparcidos por la pila, como el resplandor de pedazos de concha en los restos que lleva la marea.

-¡No temas, hijo!- exclamó la voz de Bodhisattva-. ¡Sólo el fuerte de corazón puede alcanzar el sitio de la Vision!

El mundo se había desvanecido tras ellos. Nada quedaba sino las nubes abajo, y el firmamento arriba, y el montón de calaveras en medio, sesgándose y elevándose hasta perderse de vista.

Entonces el sol ascendió con los que ascendían; y no había calidez en su luz, sino la frialdad de una afilada espada. Y el horror de la asombrosa altura, y la pesadilla de la asombrosa profundidad, y el terror del silencio, crecieron y crecieron, e inquietaron al peregrino, y se detuvieron sus pasos; así que repentinamente todo poder se alejó de él, y gimió como un durmiente en sus sueños.

-¡Apresurate, apresurate, hhijo! -exclamó el Bodhisattva-. El día es breve, y la cumbre está muy lejos.

Pero el peregrino chilló:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo indecible! ¡Y el poder me ha abandonado!

-El poder volverá. hijo -repuso el Bodhisattva-. Ahora mira debajo de ti y por encima de ti y a tu alrededor y dime qué ves.

-No puedo- exclamó el peregrino, temblando y aferrándose al maestro-.¡No me atrevo a mirar abajo! Delante de mi y a mi alrededor no hay sino calaveras de hombres.

-Y sin embargo, hijo- dijo el Bodhisattva, riendo suavemente-; y sin embargo, ignoras de qué está hecha esta montaña.

El otro, estremeciéndose, repitió:

-¡Tengo miedo! ¡Un miedo inexplicable!… ¡Nada hay sino calaveras de hombres!

-Es una montaña de calaveras -respondió el Bodhissatva-. Pero sabe, hijo, que todas ellas ¡SON LA TUYA! Cada una ha sido en algún tiempo el nido de tus sueños e ilusiones y deseos. Ni una sola de estas calaveras pertenece a otro ser. Todas (todas sin excepcion) han sido tuyas, en los billones de tus vidas pasadas.

Published in: on 25 abril 2009 at 5:00 PM  Comments (3)  
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Canto XXIV – Rescate de Héctor

troya51 Disolvióse la junta y los guerreros se dispersaron por las veloces naves, tomaron la cena y se regalaron con el dulce sueño. Aquiles lloraba, acordándose del compañero querido, sin que el sueño, que todo to rinde, pudiera vencerlo: daba vueltas acá y a11á, y con amargura traía a la memoria el vigor y gran ánimo de Patroclo, to que de mancomún con él había llevado al cabo y las penalidades que ambos habían padeci­do, ora combatiendo con los hombres, ora surcando las te­mibles ondas. Al recordarlo, prorrumpía en abundantes lágrimas; ya se echaba de lado, ya de espaldas, ya de pechos; y al fin, levantándose, vagaba inquieto por la orilla del mar. Nunca le pasaba inadvertido el despuntar de la aurora sobre el mar y sus riberas: entonces uncía al carro los ligeros cor­celes y, atando al mismo el cadáver de Héctor, arrastrábalo hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto Menecíada; acto continuo volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver tendido de cara al polvo. Mas Apolo, apiadándose del varón aun después de muerto, le libraba de toda injuria y lo protegía con la égida de oro para que Aquiles no lacerase el cuer­po mientras lo llevaba por el suelo.

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Canto XXIII – Juegos en honor de Patroclo

troya51 Así gemían los troyanos en la ciudad. Los aqueos, una vez llegados a las naves y al Helesponto, se fueron a sus res­pectivos bajeles. Pero a los mirmidones no les permitió Aqui­les que se dispersaran; y, puesto en medio de los belicosos compañeros, les dijo:

6 ‑¡Mirmidones, de rápidos corceles, mis compañeros amados! No desatemos del yugo los solípedos corceles; acer­quémonos con ellos y los carros a Patroclo, y llorémoslo, que éste es el honor que a los muertos se les debe. Y cuando nos hayamos saciado de triste llanto, desunciremos los caballos y aquí mismo cenaremos todos.

12 Así habló. Ellos seguían a Aquiles en compacto grupo y gemían con frecuencia. Y sollozando dieron tres vueltas al­rededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo: Tetis se hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo de llo­rar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lá­grimas se veían las armaduras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa de fuga para los enemigos, de quien entonces padecían soledad! Y el Pelida comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos homicidas sobre el pecho de su amigo:

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Teseo, rey de Atenas – Mary Renault

teseo rey de atenasEdipo cruzó las manos sobre el regazo y alzó la frente. Permanecí en silencio, por temor a que mis palabras lo devolvieran a las tinieblas. De repente se enderezó.

-¡Antígona!- llamó, en el tono de un hombre acostumbrado a ser obedecido.

La muchacha se acercó. Su actitud semejaba la de un perro que observa en la casa una agitación cuya causa desconoce, un perro lento a la hora de comprender, pero leal; la clase de perro que se tiene sobre una tumba hasta morir. Tendió el brazo para que el anciano apoyara en él su mano. Hablaron entre sí unos instantes. Hubiera podido oír sus palabras, pero no lo hice, pues en cuanto logre recapacitar, comprendí por que mi frente se ponía tensa, sentía un nudo en las entrañas, y el cloqueo de las gallinas penetraba en mi cabeza como delgadas agujas. Si un niño hubiese dado una palmada detras de mi me hebría hecho brincar. Tuve la sensación de que una fría serpiente se enroscaba en mi interior. Miré los olivos de la apacible Kolonos: los pajarillos levantaban el vuelo asustados y se dispersaban piando. La ira de Poseidón, el hacedor de terremotos, estaba a punto de desatarse y sacudir la tierra.

Fragmento de Teseo, Rey de Atenas, de Mary Renault.

Canto XXII – Muerte de Héctor

troya51 Los troyanos, refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto los aqueos se iban acercando a la muralla, con los escudos levantados encima de los hombros. La Parca funesta sólo detuvo a Héctor para que se quedara fuera de Ilio, en las puertas Esceas. Y Febo Apolo dijo al Pelión:

8 ‑¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carre­ra, siendo tú mortal, a un dios inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa to deseo de alcanzarme. Ya no te cuidas de pelear con los troyanos, a quienes pusiste en fuga; y éstos han entrado en la población, mientras to extraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás, porque el hado no me condenó a morir.

14 Muy indignado le respondió Aquiles, el de los pies li­geros:

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Canto XX – El combate de los dioses

troya51 Mientras los aqueos se armaban junto a los corvos baje­les, alrededor de ti, oh hijo de Peleo, incansable en la bata­lla, los troyanos se apercibían también para el combate en una eminencia de la llanura.

4 Zeus ordenó a Temis que, partiendo de las cumbres del Olimpo, en valles abundante, convocase al ágora a los dio­ses, y ella fue de un lado para otro y a todos les mandó que acudieran al palacio de Zeus. No faltó ninguno de los ríos, a excepción del Océano; y de cuantas ninfas habitan los bellos bosques, las fuentes de los nos y los herbosos prados, nin­guna dejó de presentarse. Tan luego como llegaban al pala­cio de Zeus, que amontona las nubes, sentábanse en bruñidos pórticos, que para el padre Zeus había construido Hefesto con sabia inteligencia.

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Canto XVIII – Fabricación de las armas

troya51 Mientras los troyanos y los aqueos combatían con el ar­dor de abrasadora llama, Antíloco, mensajero de veloces pies, fue en busca de Aquiles. Hallóle junto alas naves, de altas popas, y ya el héroe presentía lo ocurrido; pues, gimiendo, a su magnánimo espíritu así le hablaba:

6 ‑¡Ay de mí! ¿Por qué los melenudos aqueos vuelven a ser derrotados, y corren aturdidos por la llanura con direc­ción a las naves? Temo que los dioses me hayan causado la desgracia cruel para mi corazón, que me anunció mi madre diciendo que el más valiente de los mirmidones dejaría de ver la luz del sol, a manos de los troyanos, antes de que yo falleciera. Sin duda ha muerto el esforzado hijo de Menecio. ¡Infeliz! Yo le mandé que, tan pronto como apartase el fue­go enemigo, regresara a los bajeles y no quisiera pelear va­lerosamente con Héctor.

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