TIC-TAC O EL SUEÑO DE UN RELOJ DE ESTACION

Lo colocaron allí durante el verano del 56 porque el anterior había acabado estropeándose irremisiblemente después de tantos años de funcionamiento regular y perfecto. Era un reloj sencillo de formas, circular, de grandes números negros que contrastaban con la esfera blanca sobre la que iban girando sus manecillas indicando la hora y los minutos día tras día.

Fue feliz el día que los operarios lo colocaron sobre la puerta de la estación de trenes, colgado de la pared mirando siempre hacia los andenes y las vías, porque se abrió ante sus ojos un mundo nuevo de gentes cambiantes que se movían pasando por debajo de él, caminando, corriendo, cantando, llorando, riendo; y porque todos, en un momento u otro, acababan mirándolo.

Era un reloj sencillo, de una estación sencilla, en un pueblo de gentes sencillas. Hasta él no llegaron las noticias de las revoluciones estudiantiles que sacudieron otros países, no supo nunca de las manifestaciones multitudinarias de las grandes ciudades, del nacimiento o muerte de personajes importantes, de los cambios políticos. Era un simple reloj que se limitaba a señalar la hora a las personas que, impacientes, esperaban la llegada del tren.

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REBELION EN EL BAÑO

—¡No lo soporto más!— exclamó agriamente la esponja cuando el dueño de la casa salió del baño cerrando la puerta a su espalda.

—¿Qué es lo que no soportas, bonita?— preguntó la bañera con un ligero retintín mientras miraba con disgusto mal disimulado el lamentable estado en que había quedado después de la ducha matutina del amo.

—¡Que no me limpie después de usarme! ¡Eso es lo que ya no soporto! ¡Siempre igual! ¡Cada mañana lo mismo! Me estropearé en cuatro días y ¡hala! a la basura. Claro, qué le importa a un estúpido humano la triste y miserable vida de una simple esponja…— y sollozó al decirlo.

La bañera se apiadó de la pobre esponja y aunque la fastidiaba un poco porque todo el día estaba encima de ella, escurriéndose en uno de sus rincones, intentó consolarla.

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Published in: on 2 marzo 2010 at 5:43 PM  Comments (1)  
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LA LOCURA DE PASIFAE

Poseidón no es un dios benévolo. ¿Por qué iba a serlo? Ninguno lo es. Todos son mezquinos, manipuladores, vengativos, injustos… Su ira no tiene límites y su egoísmo es absoluto. Nunca pude saber en qué pensaba el rey Minos cuando le desafió, pero desde luego no creo que tuviera la mente muy clara.

Todo empezó con un regalo, algo inofensivo y que debería haber sido fuente de alegría; pero los regalos divinos siempre tienen dos filos, como las espadas, y si no estas acostumbrado a manejarlas acabas cortándote. En este caso, traen la desgracia a todo un pueblo. ¡Qué los hados nos libren de estos presentes!

El toro que surgió de las aguas en la playa mas cercana al palacio de Cnosos era hermoso, eso nadie lo pone en duda, pero ¿tanto como para que Minos se negara a su sacrificio? Se acercaba la época del año en que se celebraban las fiestas en honor de Poseidón cuando los sacerdotes del dios del mar presenciaron el prodigio, un enorme animal de un blanco inmaculado, cuernos afilados y pisada firme salió de las aguas resollando y se inclinó ante los sacerdotes, demasiado aterrorizados para salir corriendo. Eso es lo que dicen que sucedió en aquella playa, aunque yo no puedo asegurarlo porque no estaba allí.

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EL SUEÑO DE GANIMEDES

Según las leyendas, Ganímedes era un niño de 11 o 12 años cuando fue raptado por Zeus mientras vigilaba el rebaño de  ovejas  de su padre, el rey  Tros (del que derivó el nombre de Troya). No puedo escribir un relato romántico con leves pinceladas de erotismo protagonizado por un niño por razones obvias, así que he decidido hacerle crecer unos cuantos años. Esta licencia que me he tomado  deriva en un pequeño problema: un muchacho de 17 años era  considerado un hombre y  no podía estar cuidando un rebaño de ovejas, mucho menos siendo hijo de un rey, así que pensé en  convertirlo en un joven guerrero; pero, ¿qué joven guerrero iba a ser feliz siendo obligado a trabajar como copero, aunque fuese del rey de los dioses?

He transformado a Ganímedes en un joven poeta, mas amante de la naturaleza y la belleza que de las armas y la guerra. Perdonad mi atrevimiento.

Ganímedes estaba realmente cansado de esta estúpida situación. Desde que las musas se habían enfadado con él por haber coqueteado con Apolo, la inspiración rehuía su ingenio y no era capaz de escribir dos versos rimados decentemente. A Zeus le gustaban sus poesías y eso era lo único que les mantenía unidos desde que Padre Trueno decidió abandonar su lecho –a causa de la celosa Hera, seguro–. Sin versos ni amor, lo único que quedaba era el copero y la ambrosía servida y Zeus ni siquiera lo miraba cuando le llenaba la copa durante los banquetes.

Qué asco de inmortalidad, pensó. Era uno de los inconvenientes que presentaba: lo único que duraba para siempre era la vida; lo demás, todo lo demás, era finito. Hasta las montañas conseguían desaparecer si les dabas el tiempo suficiente, borradas por la erosión del viento y la lluvia. Así se sentía Ganímedes cuando la tristeza se apoderaba de su ánimo, completamente excluido de la historia de la vida, ausente de los recuerdos, como un fantasma incorpóreo que ya no tiene derecho a caminar entre los vivos. Miraba hacia su futuro y lo único que veía ante él era el interminable discurrir de los días en su eterna monotonía, prisionero de su destino y cautivo entre los barrotes dorados de la cárcel en que se había convertido el Olimpo para él.

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EL LABERINTO DE ARIADNA

Veo alejarse el barco de Teseo, príncipe de Atenas. Acaba de dejarme abandonada en esta minúscula isla y debería estar más que enojada pero… sí, no te sorprendas, en mis labios aflora una sonrisa. ¿Por qué? Porque no ha hecho mas que cumplir con mis deseos. Aquí es donde quería estar porque aquí es donde él podrá venir a buscarme. No, no me refiero a Teseo, tonto, me refiero a… Pero mejor te cuento la historia desde el principio.

Me llamo Ariadna y soy hija del rey Minos de Cnosos y la reina Pasifae, la que se volvió loca de amor por un toro y dio a luz al Minotauro. ¿Has oído la historia? Por supuesto, todo el mundo la conoce. Yo tuve que vivirla de pequeña y créeme cuando te digo que es algo que aun no he superado. Cuando esa bestia nació, mi padre, que tiene una mente bastante retorcida, pensó que podría utilizar su mera existencia para mantener aterradas a las ciudades que están bajo su dominio y en lugar de matarlo, que es lo que cualquiera con dos dedos de frente hubiera hecho, lo encerró en el laberinto que Dédalo había construido y empezó a exigir a cada ciudad sometida, como parte del tributo anual, a siete muchachos y siete doncellas para ofrecerlos en sacrificio.

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HISTORIAS DE VAMPIROS: MIKAL

Cuando el portero de la discoteca puso la mano en su pecho intentando impedirle el paso, Mikal lo miró profundamente durante unas décimas de segundo. El armario empotrado pareció cambiar de opinión porque sonrió estúpidamente (algo que no era un efecto secundario de la manipulación mental a la que había sido sometido, sino de su propia imbecilidad) y se apartó. Mikal cruzó la puerta sonriendo. Doscientos años como vampiro, y esta parte aún le encantaba.

Durante varios minutos tuvo todo el local ante su vista, varios metros más abajo de donde se encontraba la entrada. Una pasarela metálica la cruzaba de un lado a otro y a ambos extremos, unas escaleras que le introducirían en medio de la multitud que bailaba, reía y bebía frenéticamente. Miró desde lo alto de la pasarela dejando que su instinto le guiara hasta que la  localizó. Margarita estaba rodeada de varios hombres –como no– que se morían por llamar su atención. La agasajaban continuamente – ¿quieres esto? ¿Te apetece lo otro? –, pero ella parecía aburrida. Mikal volvió a sonreír, pero esta vez con ferocidad. Esto está a punto de cambiar, nena.

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Published in: on 2 febrero 2010 at 5:03 PM  Deja un comentario  
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Cuento de Navidad – Ray Bradbury

elarboldenavidad1El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
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